"Ángel", por Jack Farfán Cedrón


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Trazas círculos divinos

con tus frágiles dedos de algodón,

en lo extenso del cielo, nuestro cielo.

 

La música celeste del espíritu,

Ángel,

precisa un lenguaje de clara sinfonía,

de lira principia,

allende los fuegos;

entre cirros dorados,

carmesí, amarillos,

desliendo a lo largo claro del día soñado;

de improntas,

que destellas a tu paso;

si es que lo tuyo no es andar

sobre mi tierra de espinas,

sino deslizarte como flamencos;

oleando el sueño del atardecer,

despertaran al soñante,

de la fiebre del amor

que estalla lejos.

 

La noche, en vaivén fragoroso,

te aduerme,

como a una niña recién nacida;

persiguiéndote, a instantes,

con las líneas de una ciudad sumergida,

en los sueños;

arrullando más los deseos rotos

que las promesas cumplidas;

que las vanas esperanzas

que las afinidades;

entre nos,

como un puente infranqueable

y no visto, que a ti me acerca, 

Ángel.

 

Buscas la soltura del verano;

ella es tu mano leve en verano,

que te crea,

instrumento fantasma,

ritmo cayendo,

ritmo de gotas de miel,

o galopes extensos

en la oleada del sueño a quemarropa;

perlas que rodaran sobre el piso,

del exquisito,

fragante,

olor de la lluvia al nacer,

calcinando la hendida tierra;

la tierra fresca de tu vientre:

 

¡Oh, efigie inamovible 

con el viento que dejas!

 

La esfera rítmica de un día

en que todas las manos se tomen

se torna verdad a ciegas,

Venus vestales traduciendo

la dirección plena del viento,

cuya forma de la idea

es tu forma fantasma

que a ratos desaparece

de mi campo visual,

levantando el polvo

cierto de las suposiciones,

el río sin principio ni fin

de los días iguales

que me arrastran,

hasta una enorme cascada,

donde no impera 

sino la fuerza de hecatombe

de tu espectro 

carcomiéndome la duda,

de si existes o sólo 

acudes a mi realidad

en una fría gama 

de sucesiones espontáneas

abrigando la plena maravilla.

 

Buscas la paz del espíritu,

buscas,

entre el follaje nocturno,

los pasos de éter, 

Ángel mío,

retrocediendo 

hacia el lunar pasado,

donde todo fue 

jardín de lo soñado.

 

Cada madrugada me existe,

me crea y vivifica,

en un autorretrato de Rembrandt,

cuando joven.

 

El fuego eterno de la creación 

está a un palmo,

pero ya no calcina los cuadros;

el fuego de los colores fundidos

deshace las almas en blanco,

deletéreas,

al fin,

a tu presencia.

 

Las cenizas trazan bosquejos,

las sombras espectrales

son obras maestras

sobre un vago recuerdo de Leonardo

ideado en las paredes;

un ánima de sonrisa enigmática

volatilizando la duda,

el miedo,

el horror a que desaparezca

en un despertar intempestivo,

el juego espectral de las apariciones.

 

“El ángel del Señor anunció a María”,

leo en tu pensamiento,

mientras el verbo se hace carne

y el puro movimiento de las formas

se hacina más a mi yo creador

que se estrella,

como una obra surrealista

estrellada sobre las sábanas blancas

de un cuadro salpicado de todos los colores:

tu rostro, Ángel, tu rostro.

 

Adivino el contorno de tus ojos,

sueño con el roce primoroso de tus labios.

 

Los cantos se aproximan,

la tranquilidad ensordece;

pero, es lo más necesario.

 

El fogón del espíritu 

abre sus puertas de oro

al Ángel que eres;

mía de la más remota fantasía,

mía de lo inasible,

de lo disfumado,

de lo ya lejano;

mientras la luz del alba se aproxima,

diente de luz,

a mi ventana;

Ángel de luz a mi ventana.

 

Las ánimas cantan,

tus manos me dibujan,

tus blondos y jugosos labios

como fresas,

humedecen mis labios

y la Viva Láctea bendice,

albo barniz,

sobre el vientre 

de la creación misma,

donde posa tu ser,

donde la fama y la megalomanía

de tu estar

riega espectros en la niebla.

 

Una noche clara,

como tus palabras dulces,

se acerca;

una plena noche clara,

eclipse lunar descerrajando 

la ventana ilimitada de tu amor

sobre mi vida que empieza.

 

Tu mano divina

me lleva a recorrer

las luces despiertas,

el claro insomnio

de velas blancas

como vidas

flotando en el etéreo camino

que eliges,

Ángel mío.


Jack Farfán Cedrón


Septiembre 11, 2025


 

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