LA INMORTAL ESCENA, by Jack Farfán Cedrón
Ya que se abre, sésamo o espejismo sobre el que se
reflejan todos los rostros; ya que se nombra todo lo bello como el rosáceo
instante de un cirro virante en las nieblas áulicas de lo amanecido.
Me pongo a llorar como con un solo ojo de recién nacido y
río al instante.
Medio mundo se eclipsa al cerrar los dos ojos y un mundo
completo se origina en un muro de encuentros.
Las memorias que barrieron la serenata; el círculo de
tierra penumbroso, el entre lecho.
Imaginaré una fuente de agua ocluyendo una escena mágica,
un escabroso sendero por donde huyen las sombras ciertas del desvelo.
Pregonar en la calma, sentar la noble causa, enjugar de
sudor la frente, rebañar la escudilla con un trozo de pan que ahí había para el
hambre nocturno.
Seréis amados, recorreréis sin el tormento de astadas
palpitaciones, la certeza de la inmortalidad.
Una hoja pasa, una palabra se escribe, un libro se
termina; un cohete en la plena maravilla de fuegos etéreos en la noche
irrenunciable.
Si me nombro apenas en los despojos; si me niego a existir,
será para ser inmortal, aun si mi presencia ya no surte en los estanques Monet.
Hacia el poder de las ventanas abiertas, no me queda sino
augurar a destajo la gran calma espiritual, el espurio entrelecho de las
condenaciones que a ritos se arden, respiran, como una cadena de flores
amarillas, serenas cadenas que años han entrelazado en la memoria de quienes ya
no están, pero que con su hálito de niebla pueblan recintos hablados.
Destruye el desgano, aléjate de los vicios o cae en ellos
como si se multiplicaran a la velocidad de un sapo, los mantos reales que hacen
del borracho un ser pegado al mundo y al otro lado del reflejo elipsoide donde
soplan dioses paganos que al ritmo de tam tams se entregan decapitados a la
adoración fanática de quien sin santo ni seña es sólo un idolillo, un sapo, una
sierpe, una mueca obtusa borrando el rostro que vendrá después del gran paso
final a la inmortal escena.
Sé de unos sueños volátiles, donde termina la canción
pura, donde muere el desgano, y la vida arrulla como un riachuelo, enormísimo,
corriendo incesante hacia el mar que todo lo ruge de furia.
Iremos junto al mar y su fémina sabiduría, colegiremos
con la buena fe de estrellas vespertinas, lo que llena el espíritu, lo que en
la inmortal llamarada de adioses se hace a la mar.
Y cadenas surgen, ocasos se bifurcan, cirros superpuestos.
Morad sin par el llano espíritu de los ojos.
Morad, sí, el amplio enigma que en el espectro del más tierno
hombre derrama, cual voluta estrellada en el mar fragante y templario de rosas
etéreas, puestas, memorias enterradas en la más fría de las tumbas, que al paso
impetuoso del Ícarus, todo se devuelve, como lo que se desea de buena fe y
enmarca su presencia, espejo que a la entrada de sombras etéreas, se evidencia,
se lude necesario, para que todo maquine su doble andante, perlada agonía
desvelada por sombra blanca del espejo, que imita un estanque, un loto
imaginario, un reguero de estrellas compartidas.
Y, serenos hacia el pozo cósmico, flotaremos en la unidad
perlada del aura del rito, de la cuadratura del ángulo, del ojo secreto,
voladura de mortandades para sitiarnos ciertos, serenos, seres nuevos llorando
con un solo ojo la certeza calma de la inmortalidad inmutable.
[diciembre 31, 2023]
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