"La consumación del dolor: En las cimas desesperadas de Emil Cioran y Friedrich Nietzsche", by Jack Farfán Cedrón
En las cimas desesperadas de Emil Cioran y Friedrich Nietzsche
Emil Cioran es un nihilista refundido en las cimas desesperadas de la misma hez humana, aquella incomprensible borrasca de contradicciones. Pero lo que lo diferencia de la filosofía del martillo de Friedrich Nietzsche, es, si cabe, su categoría más íntima; volcada a ser un religioso del nihilismo. Cuando Cioran se abisma en sus ideas anodinamente perfectas, de un pensamiento lingüísticamente cuidado, de un trasfondo particularmente correntoso; “un lenguaje de borracho”, como él mismo lo llamara en una de sus Conversaciones. Cuando se abisma, precisa tenazmente de la auto descomposición del lenguaje con que dice, en mínimos aforismos, y con un desencanto de utilería filosófica, fanático de las lágrimas y de los santos; el cual requiere, pues, de lo quimérico a que se abisma. Cioran es un iluso al filo de un abismo sin fondo, interminable. ¡Qué bella paradoja!, abismarse con la bendita ilusión del golpe seco, del suicidio consumado, cuando esa maravilla de caída no tenga término: ¡La ilusión de la muerte eterna! ¡Eh ahí su prurito insondable! ¡Su desasosiego útil al juego de la nada! ¡A la libertad de poderío! Pero, sépanlo, cuando uno se avienta hacia el abismo, cuando sucumbe a las cimas desesperadas de la muerte obligada, recién empieza la muerte eterna, la ilusión incompleta de morir a cada instante, lacerándonos una inútil agonía de frente, una anti consumación dolorosa de lo que agoniza, muy profundamente de nosotros. Muy por el contrario, Nietzsche se precipita en lo insano del filosofar; es virulento, se refunde en los padecimientos eternos de los grandes enigmas de la locura. El nihilista, se detiene al borde del abismo, lo reencarna, lo hace posible si derrama lágrimas en medio del lago donde su tristeza y su júbilo por ese estado alterado, se refleja. Así, se levanta el dios del pesimismo; el harem donde ilusión grávida, es ser imposible, fanático de los puentes volados, de las detonaciones espontáneas, del leve recinto donde las trincheras del dolor se arraciman con el viento mustio de las lágrimas que arrastrar parecen una encadenada como falsa alteridad a lo intercambiablemente líquido en que se cuecen las larvas de la mediocridad por lo humano, por el camino recto de mundanal ruido. Ahí que el peso de las almas se concrete, que su levedad sea reino; inmisericorde su crepitar alevoso hasta propugnar las cimas del dolor humano, hasta acrisolarlo en los arrastrados como asolados cadáveres del pesimismo, el que se cree existir en este mundo de promesas, materialista, insanamente perfecto, para quien se une a su redil fatalista de la muerte a plazos, del peso de la desolación de un muerto. En Emil Cioran, en su plenitud discursiva, escuchamos los ecos alevosos, cáusticos, de un suicidio elegíaco, más no de su consumación; porque de la consumación y de las buenas intenciones sólo está hecho el amor, que siempre pasa.
Jack Farfán Cedrón
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